María de Maeztu y Whitney, referente de la Enseñanza
Según el artículo 26 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la UNESCO, toda persona tiene derecho a la educación, independientemente de su género. Sin embargo, como demuestran las estimaciones de la UNESCO, todavía hay cerca de 250 millones de niños y niñas no escolarizadas en el mundo. De la población no escolarizada, 122 millones corresponden a niñas y adolescentes, es decir, más del 48%.
Por ello, en una fecha tan importante como el 17 de noviembre, Día de la Enseñanza, queremos recordar la figura de María de Maeztu y Whitney, humanista, pedagoga y gran activista por los derechos educativos de las niñas y las mujeres.
De buena familia, María de Maeztu y Whitney nació en Vitoria-Gasteiz en 1881. Fue un caso excepcional entre las mujeres de la época, ya que sabía varios idiomas y tuvo acceso a la educación. Así, se graduó en la Escuela Normal de Magisterio en 1898, trabajó junto a su madre Juana Whitney dando clases en la Academia Maeztu de Bilbao y ejerció como maestra en escuelas de Santander y Bilbao.
No obstante, gran parte de su vida laboral, académica y política se desarrolló en Madrid, donde obtuvo su título de Bachiller en el Instituto de Vitoria en 1907. Dos años más tarde se matricularía como alumna en la Universidad de Salamanca, completando los estudios en Madrid y logrando finalmente la Licenciatura en Filosofía y Letras en 1915.
Precisamente, uno de los proyectos más importantes de su vida se dio en esta ciudad, donde organizó y dirigió la Residencia de Señoritas entre 1915 y 1936. Esta Residencia era un lugar donde las muchachas se reunían, celebraban conferencias y cursos con grandes especialistas. El proyecto gozó de un enorme éxito y entre sus alumnas más destacadas distinguimos a la abogada Victoria Kent, la artista Maruja Mallo, la médica Elisa Soriano o la física Felisa Martín Bravo.
Además de la Residencia de Señoritas dirigió uno de los departamentos del Instituto Escuela, un centro de enseñanza secundaria donde se ensayaban planes de estudio y métodos de educación que luego se instaurarían en toda España. En este sentido, María de Maeztu y Whitney siempre trató de estar informada de las últimas líneas educativas, por lo que asistió a numerosos encuentros internacionales en ciudades como Londres, Bruselas o Northampton.
Poco después, fundó el Lyceum Club Femenino (1926-1936) inspirándose en otros casos europeos. Pese a que su idea inicial era que se tratara de un proyecto mixto, terminó siendo exclusivamente para mujeres, siguiendo los modelos internacionales. Su objetivo era fomentar la educación entre las mujeres, estuvieran casadas o no. Contaban con profesoras de todas las disciplinas y entre sus paredes se celebraron actividades como cursos, conferencias, conciertos o exposiciones de arte. Además, contaron con la participación de importantes figuras de la época como Federico García Lorca, quien leyó en el Lyceum su obra Poeta en Nueva York.
Tras el estallido de la Guerra Civil Española y el fusilamiento de su hermano Ramiro de Maeztu, María dimitió de su puesto en la Residencia de Señoritas y se exilió primero a Estados Unidos y finalmente a Buenos Aires. En Argentina logró la cátedra de Historia de la Educación, que mantendría hasta su muerte. Durante este periodo de su vida se dedicó a dar conferencias e impartir cursos formativos, escribir artículos y libros. Por otro lado, trató de abrir una Residencia de Señoritas, pero no salió adelante. Sólo volvió a España con motivo de la muerte de otro de sus hermanos, Gustavo, en 1947. Un año más tarde, falleció en Buenos Aires a los 66 años.
Actualmente, a María de Maeztu y Whitney se le tiene como una de las protagonistas de la Historia del Feminismo en España. De hecho, en su artículo “Lo único que pedimos”, quedó escrita una de sus frases más célebres:
“Soy feminista; me avergonzaría no serlo, porque creo que toda mujer que piensa debe sentir el deseo y colaborar como persona en la obra total de la cultura humana”.
Su vida estuvo llena de retos, objetivos y esfuerzos para que las niñas y las adolescentes pudieran acceder a una educación amplia y de calidad, logrando así una equidad con respecto a la que recibían los muchachos y jóvenes de la época. A ella le debemos gran parte de que podamos disfrutar de una educación como la de hoy, motivo más que de sobra para recordar su labor.